miércoles, 2 de septiembre de 2015
Lección 10 Nuestro cuerpo comunica
Competencia Quinésica: El cuerpo comunica. La postura, los gestos, la mirada, el rostro, el cabello, las manos… todos son dispositivos de comunicación mediante los cuales estamos diciendo cosas permanentemente, aunque no lo sepamos. Hablamos ahora de la competencia quinésica, la encargada de aconsejarnos cómo debemos manejar nuestro cuerpo según el contexto en el cual nos encontremos. Una entrevista de trabajo, un salón de clase, una cafetería universitaria, un almuerzo de negocios, una obra de teatro, un concierto, un acto protocolario… son momentos diferentes de los cuales se espera un comportamiento diferente de nosotros, y dicho comportamiento tiene su equivalente en la disposición del cuerpo. En otras palabras, para cada situación habrá diferentes expectativas sobre el cuerpo.
Las anteriores competencias tenían que ver con el lenguaje. Tanto ésta como las siguientes, tienen que ver más con el cuerpo y con la forma como lo manejamos. En nuestra comunicación habitual es menos importante la palabra que el gesto. Este último define intenciones, matiza los posibles "querer decir. Con el cuerpo podemos complementar, enfatizar o contradecir lo dicho con palabras. En ocasiones, incluso, podemos prescindir de éstas para intercambiar nuestros pensamientos. No obstante, la preocupación teórica por la comunicación no verbal y por entender el lenguaje del cuerpo es reciente en la teoría. Esto a pesar de que, según las culturas, el lenguaje no-verbal puede significar más del 80% de la comunicación.
Sin embargo, a pesar de lo relativamente poco importante que en ocasiones resulta el lenguaje verbal (lo dicho y lo escrito), contamos con alfabetos y códigos sintáctico-léxicos a los cuales acudir para resolver nuestras dudas: diccionarios, compilación de normas gramaticales, ortográficas, y sintácticas; pero no tenemos los mismos diccionarios, normas de gramática y sintáctica para el lenguaje del cuerpo.
Sólo tenemos aproximaciones vagas a lo que pueden significar unas cejas alzadas, unas piernas cruzadas, unas manos abiertas, o una espalda recta. Desconocemos el lenguaje del cuerpo (al menos en cuanto a teoría se refiere), a pesar de que a diario estamos comunicando con él. Confirmar un negocio, obtener un precio especial, postergar un compromiso, o incluso obtener una cita con alguien importante, son situaciones en las que el dominio de nuestro cuerpo, voz y gestos son fundamentales, sin importar cuán conscientes seamos de ello. Un sujeto comunicativamente competente será quien haga uso estratégico de los recursos de la quinesis.
Competencia Proxémica:
El cuerpo está ubicado en un espacio. La producción de significados a partir del manejo de las distancias se denomina proxémica. El cuerpo delimita unos espacios de acción a los cuales unos pueden acceder y otros no. Nuestra habitación es un claro ejemplo de ello. No todos pueden tocar nuestros objetos personales, ni nuestro cuerpo. No soportamos de ciertas personas que estén muy cerca de nosotros; en cambio, de otros solicitamos que estén cerca.
La vida institucional de una organización es otro escenario para ejemplificar la vivencia de la proxémica. ¿Quiénes pueden acceder a determinados espacios y quiénes no? ¿Quiénes pueden almorzar en qué lugares y quiénes no? La forma de distribuir los espacios de las oficinas también habla de intencionalidad comunicativa por parte de quien tiene esta responsabilidad. Un escritorio amplio, una silla grande, detrás de la cual se ven una cantidad de diplomas y reconocimientos… hablan de un jefe que quiere mostrarse distante o imponente ante quienes entran a su oficina.
Una mesa cuadrada o redonda marca diferentes relaciones entre quienes ocupan los respectivos asientos. Si es redonda, se supone muestra igual distancia entre todos. Pero si es cuadrada o rectangular… ¿quién ocupa la cabecera? ¿En qué piso del edificio está ubicada la presidencia? ¿Cuántas puertas deben cruzarse antes de ingresar a ella? ¿Cuántos metros de distancia hay entre los escritorios de los empleados? ¿Se encuentran distribuidos de forma que se den mutuamente la espalda, o uno enseguida del otro? Preguntas como éstas nos ayudan a visualizar la forma como los seres humanos comunicamos mensajes a través de como distribuimos el espacio.
Esta distribución da lugar a lugares sagrados, lugares olvidados, lugares comunes, lugares excesivamente visibles, ocultos, transitorios, cómplices, iluminados, oscuros, etcétera. Así lo comprobamos en nuestra casa. Desde pequeños se nos enseñó a respetar espacios como la habitación de nuestros padres; en esa cama sólo se pueden sentar algunos. Igualmente se nos dijo que la gente de la calle no tenía por qué entrar a nuestra cocina o abrir nuestra nevera. La codificación producida al distribuir el espacio, está determinada por una codificación previa, que está definida por metros de distancia entre nuestro cuerpo y el resto del mundo.
Fue Edgard Hall quien nos habló de este sistema de demarcación del territorio (los seres humanos también tenemos territorio y estrategias para defenderlo). Dicho sistema funcionaría por capas o burbujas. En primer lugar, se encuentra la burbuja íntima, el espacio preciso de nuestro cuerpo. Sólo nosotros tenemos poder de decisión sobre qué hacer con nuestro cuerpo. No todos conocen nuestra desnudez. A ella acceden pocos. La intimidad es el espacio sagrado del cuerpo. La defendemos con todo tipo de atuendos, llaves, puertas de acceso, manejo de luces, y demás. No permitimos a cualquiera tocar nuestro cuerpo. En la burbuja íntima se dé el encuentro del yo con el yo.
Unos treinta centímetros después de la burbuja íntima, encontramos la burbuja interpersonal. En ella interactuamos con quienes conocemos. Es donde se da el intercambio verbal y gestual entre dos o más personas. Importante: este intercambio exige como condición fundamental el conocerse mutuamente, reconocer el pasado de la otra persona, su origen, su relación conmigo, sus intenciones, sus propósitos, sus objetivos ante la vida y ante mí. En la burbuja interpersonal hablo con mis familiares, amigos y compañeros. Hablo con quienes conozco y me conocen.
Desde el límite de la burbuja interpersonal y unos dos metros, se encuentra la burbuja social. En ella se registra la aparición casual, no deliberada, de otras personas de quienes se puede presumir quiénes son, pues el espacio en el que se da el encuentro permite intuir algunas pistas. En la universidad, en la calle de una ciudad, o en la empresa, me encuentro con personas cuyo nombre desconozco, pero de quienes sé alguna mínima información: que estudian, viven o trabajan en el mismo lugar que yo. No sé el nombre de estas personas, ni reconozco su rostro, pero definitivamente tengo alguna mínima información para orientarme.
Como ciudadano perteneciente a un grupo social con un pasado y una cultura popular (una cierta forma de sabiduría), puedo reconocer en esta burbuja quién es confiable y quién no. Así que me alejo de quienes sospecho, por su aspecto personal o por su forma de mirarme, que pueden tener intenciones no gratas conmigo. Sin embargo, fácilmente puedo caer presa de los estereotipos: diario ocurre, juzgamos mal a quien va a nuestro lado en la calle o en el bus, por determinada forma de vestir o hablar. Se trata, a pesar de ello, de unos códigos de supervivencia que hemos aprendido a manejar, pues sabemos que los ladrones o estafadores, aparecen justo en la burbuja social, y a través de artimañas buscan ingresar a la interpersonal. Por eso buscan vínculos con referentes cercanos a nosotros, como tratar de mostrar su parentesco con alguien conocido por nosotros o estrategias similares.
Finalmente, se encuentra el resto del mundo, es la burbuja pública. En ella existen personas de las cuales desconocemos la mayoría de su información. Cuando en casa nos dicen que al trabajar vamos a enfrentar a todo el mundo, nos hablan de las precauciones que debemos tener en esta burbuja. De los demás, sólo sabemos que son seres humanos, seguramente poseedores de un lenguaje, moradores de una vivienda, habitantes de alguna ciudad y país… es decir, aunque no sepamos detalles, necesitamos incluso saber esa información. A estas inquietudes corresponden, precisamente, las preguntas más comunes que intercambiamos al conocer a alguien.
La disposición de estas burbujas se da a como en círculos concéntricos, a través de una rigurosa reglamentación que a diario defendemos. Cuando alguien de otro nivel ingresa en la burbuja no correspondiente, buscamos procedimientos para volver a poner las cosas en orden, como vivimos cuando el metro abre sus puertas, momento en el cual las personas caminan rápido para recuperar su espacio personal; o en un ascensor: al cerrar las puertas se siente transgredida la intimidad, porque tenemos a otros desconocidos más cerca de lo que quisiéramos permitir. Cuando nos despedimos de alguien en un aeropuerto, o en la portería de nuestro edificio, nos encontramos efectuando un ritual mediante el cual oficializamos el paso de la burbuja íntima o interpersonal a la burbuja social o pública. Esto ocurre en el caso de un familiar que se va de viaje, de un hijo que toma su transporte para dirigirse al colegio, de un amigo que se devuelve para su casa luego de haber estado un fin de semana con nosotros, o de un novio o novia con quien terminamos nuestra relación. Dar la bienvenida, es justo lo contrario: recibir nuevamente en la burbuja íntima o interpersonal, a alguien que se encontraba en otro país o ciudad, es decir, en la burbuja pública. En términos del citado Sebastià Serrano: "En cualquier sociedad humana, la mayor parte de las actividades rituales –procesos estandarizados de comportamientos sociales- se encuentran al servicio de complejas ideas simbólicas".
Es importante reconocer el manejo del espacio como una de las formas como nos comunicamos, y desde la cual nos comunicamos. El manejo de la territorialidad, sin embargo, no se da sólo en espacios físicos. Cotidianamente desplazamos nuestro territorio en objetos, palabras, personas, olores, canciones, es decir, en símbolos… Cuántas veces, por ejemplo, reconocemos a alguien por sus accesorios, su vestimenta, o sus chistes.
Competencia Cronética
Los seres humanos nos movemos en dos coordenadas: tiempo y espacio. La segunda la abordamos en la proxémica. La primera, el tiempo, es del dominio de la cronética, entendida como el manejo de la comunicación en el tiempo, la producción de significados con y desde la coordenada tiempo ¿Cuánto nos demoramos en responder, o cuánto tiempo esperamos para decir algo? Los abuelos nos hablaban del don de la oportunidad. En muchas ocasiones generamos problemas, no tanto por lo que decimos, sino por el momento en que lo decimos. Tan importante es lo uno como lo otro.
La cronética también se las ve con reconocer la temporalidad propia de cada suceso. La pregunta de la cronética es ¿cuándo es el momento más apropiado para decir algo? Los griegos distinguían dos acepciones del tiempo con dos palabras distintas: cronos y kairós. El primero lo podríamos representar hoy con el reloj. Es el tiempo, digamos, objetivo. ¿Cuántos minutos componen una hora? Sesenta, se responderá con precisión. Pero… no es lo mismo una hora en una clase aburridora, que esos "mismos" sesenta minutos en compañía de la persona amada. No es lo mismo. El ejemplo nos muestra el kairós de los griegos, referido no tanto al tiempo, sino la temporalidad de cada cosa.
Los seres vivos estamos llenos de temporalidades, de circunstancias particulares de cada tiempo. A pesar de que un mes sea un mismo mes, no podemos esperar que sea el mismo para todo el mundo. La vivencia de cada ser en el tiempo difiere tanto como sus huellas digitales. Por otro lado, si bien podemos alegar diferencias económicas, o sociales, nunca podremos discutir diferencias en el tiempo asignada a cada uno. Objetivamente hablando, a todos nos dan el mismo tiempo: 24 horas al día, 7 horas a la semana, 52 semanas al año. Obviamente, la vivencia del tiempo de cada uno de nosotros, y la forma como lo aprovechamos o desaprovechamos, no es igual. Las edades también marcan diferentes temporalidades.
Para Pensar…
El conjunto de estas ideas proporciona un panorama sobre lo que se espera de la formación en competencias comunicativas. Más allá de llenar la materia de contenidos extensos, se trata más de lograr un equilibrio entre los contenidos teóricos, los ejercicios para desarrollar las habilidades (saber hacer) y orientaciones para complementar las actitudes (querer hacer). Esto significa una presencia constante de lecturas teóricas, ejercicios prácticos y reflexiones en torno al componente actitudinal.
Con todas estas ideas, se busca un acercamiento desde varios enfoques a la comunicación: aproximación reflexiva, teórica y práctica. Se trata, entonces de una línea que pretende atravesar las herramientas, técnicas, posibilidades y repertorios de la comunicación, en un curso que no se quede en la simple recomendación de técnicas para la comunicación (puesta en escena), sino que logre llegar a lo medular de la comunicación: el encuentro de las personas, el consenso, la construcción de tejido social, de cultura y conocimiento. Es decir, sobrepasar el tradicional enfoque de la puesta en escena, para llegar a una puesta en esencia.
Resumiendo, la competencia comunicativa es un conjunto de habilidades y conocimientos que poseen los hablantes de una lengua, que les permiten comunicarse en ésta, pudiendo hacer uso de dicha lengua en situaciones de habla, eventos de habla y actos de habla. Lo que decimos y hacemos tiene significado dentro de un marco de conocimiento cultural. El modo en que usamos la lengua está enraizado en la sociognición colectiva, por medio de la cual le damos sentido a nuestra experiencia.
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lunes, 3 de agosto de 2015
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